POR POLITIKAUCAB EN ENERO 23, 2024
Tulio Ramírez
Durante un poco más de 40 años, partiendo de los años 50 hasta finales de los 90 del siglo XX, buena parte de los países latinoamericanos sufrieron dictaduras militares con un alto perfil represivo y autoritario. La llamada Guerra Fría colocó a estos países en un tablero de ajedrez internacional, como piezas de un juego cuyo fin era el control de áreas de influencia para la expansión del comunismo, por una parte, y la defensa del llamado “mundo libre”, por la otra.
Lo anterior no quiere decir que antes de los años 50 no existiesen gobiernos militares de férrea mano dura. Todo lo contrario, la etapa postín dependentista dejó una secuela de gobiernos militares producto de la anarquía interna y la debilidad de las instituciones que sobrevivieron al período colonial. En esas condiciones difícilmente podían desarrollarse experiencias republicanas. El caudillismo y las guerras fratricidas fueron caldo de cultivo para la emergencia del autoritarismo militar como único expediente para lograr la conformación de la unificación y los Estados Nacionales.
Una vez lograda la estabilidad institucional, cierta solidez económica y el surgimiento de una sociedad civil más educada y con ansias de participar en la cosa pública, muchas de estas naciones devinieron, luego de largas y lentas transiciones, en repúblicas con aperturas democráticas y gobiernos de reconciliación. Este período de relativa paz en la región, se vio truncado luego de culminada la 2da Guerra Mundial.
El mundo comunista y el mundo capitalista representados ambos por la URSS y los EEUU, salen fortalecidos de la confrontación no solo desde el punto de vista militar, sino desde el punto de vista político e influencia geopolítica. Ambas naciones victoriosas, se erigieron como legítimos tutores de los países que se agruparon bajo el ala de su protección. A
partir de allí y sin llegar a una nueva confrontación bélica, ambas naciones dedicaron gran parte de su presupuesto nacional a evitar la expansión del otro. Fue el comienzo de la llamada Guerra Fría.
A pesar de que la conflagración mundial tuvo como escenario principal a los países europeos, América Latina no pudo mantenerse al margen de la disputa capitalismo-comunismo, luego de la Guerra. La situación geográfica en el hemisferio occidental, así como los grandes recursos en materias primas, la hicieron bocado apetecible para las
potencias en disputa.
Esto explica, sin obviar los factores internos de cada país, el surgimiento de dictaduras militares y gobiernos autoritarios en la región, respaldados por los Estados Unidos o decidida y abiertamente impuestos por esta poderosa nación. Este período militarista apuntalado se verifica en países como Guatemala, Brasil, Venezuela, República Dominicana, Chile, Argentina, Colombia, Paraguay, Nicaragua y Perú, por mencionar los más emblemáticos.
Para algunos analistas internacionales, estas dictaduras constituían un círculo de defensa contra la posibilidad de que el Bloque Soviético expandiera su área de influencia. De hecho, en los años 60 y 70, muchos países de la región fueron blancos de movimientos guerrilleros internos decididos a tomar el poder por vía de la violencia con el apoyo político y logístico de la URSS y China, además de Cuba, operador del Kremlin en la región.
En los años 90, tras la caída de la Unión Soviética y el Muro de Berlín, se balanceó el péndulo político hacia las opciones democráticas en sus diferentes variantes como la socialdemocracia, el socialcristianismo o la centroderecha. Así, sin el peligro real de una amenaza comunista, se inició un proceso de transición paulatino, y en algunos casos algo traumático, hacia la democracia.
Este nuevo período no fue lo estable que se esperaba. Las fórmulas populistas, la demagogia, la corrupción, la distribución desigual de la riqueza y la falta de respuesta a los problemas gruesos de la población, lo hicieron convulso e inestable. El agotamiento de las democracias que prometieron justicia social, pleno empleo y economías productivas, fueron, ante su fracaso, cediendo paso a propuestas políticas inspiradas en la justicia social socialista y en un fuerte sentimiento antioligárquico y antinorteamericano.
Este mensaje cautivó a buena parte de los sectores insatisfechos con los gobiernos de centro y centroderecha. El apoyo electoral a quienes representaban una propuesta alternativa de carácter socialista en la región, fue mayoritario. Esto hizo que el péndulo se moviera del centro hacia la izquierda. Los Chávez, Correa, Morales, Ortega, Zelaya, Lula, Kirchner, Lugo, Humala, López Obrador y Bachelet, inclinaron a la región hacia un socialismo surgido de las urnas y no de las balas, como se pretendía otrora.
Después de casi 30 años, culminada la segunda década del siglo XXI, el péndulo parece moverse nuevamente hacia el lado opuesto. Las fórmulas inspiradas en el socialismo y en el Foro de Sao Paulo no superaron las deficiencias de los gobiernos anteriores, empeorándolas en algunos casos. La corrupción, el empobrecimiento generalizado causado por medidas económicas disparatadas, la incertidumbre jurídica que ahuyentó a los inversionistas, el nepotismo, los malabarismos jurídicos para perpetuarse en el poder, la represión a la disidencia, la violación de los derechos humanos, el surgimiento de una casta de nuevos ricos ligados a negocios ilícitos o a la sombra del erario público, resquebrajaron poco a poco el apoyo de las mayorías.
En su vaivén histórico, el péndulo parece ampliar la distancia entre un punto y otro. De las Dictaduras militares se balanceó hacia la democracia con libertades ciudadanas y amplia intervención del Estado. Luego, al no cumplir las expectativas, se balanceó hacia un socialismo cargado de populismo, control social, férreo control político y represión a la
disidencia.
Después de dos décadas de experiencias socialistas fallidas, ahora se balancea hacia un opuesto que se ubica en posiciones que van más allá de la tradicional socialdemocracia. Las ofertas electorales de carácter liberal y neoliberal que prometen una disminución de la participación del Estado y una decidida lucha contra la corrupción y las mafias criminales, han obtenido recepción en las masas de votantes.
De implementarse de manera ortodoxa la opción neoliberal que está tomando cuerpo en América Latina, sin medir experiencias pasadas sobre la repercusión en lo económico y lo social de la desregulación en todos los órdenes, se podría correr el riesgo de que la inercia del péndulo altere su curso y, en el retorno, se ancle en la versión más retardataria y
represiva del socialismo. Se debe deslastrar, estas nuevas políticas, de la confianza en que el mercado por sí solo creará los equilibrios necesarios para lograr el bienestar social.
Quizás la estabilidad se consiga aplicando la premisa “tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario”.