Tulio Ramírez
POR POLITIKAUCAB EN MAY 29, 2024
El concepto más clásico de democracia se remonta a la antigua Grecia. Entre los siglos V y IV a.C., floreció en ciudades-estado como Atenas, donde se desarrollaron ideas y prácticas que aún hoy son fundamentales para el pensamiento democrático. El término en su acepción más conocida y universal significa gobierno del pueblo; y, de acuerdo a sus
primeros pensadores como Clístenes, Solón, Demócrito y Aristóteles, esta forma de gobierno se caracterizaba por la participación directa de los ciudadanos en las decisiones políticas, ya sea en asambleas públicas o a través de representantes elegidos por sorteo.
Se ha construido a lo largo de la Historia, un halo nostálgico y romántico sobre estas primeras expresiones de la democracia por la deliberación pública para tomar las decisiones y las limitaciones al poder político por las leyes que protegían los derechos de los ciudadanos. Sin embargo, la tan admirada igualdad de derechos no abarcaba a toda la población. Las mujeres, los esclavos y los extranjeros no tenían derechos políticos. Desde el concepto de democracia que hoy día se tiene, se trataría de una democracia imperfecta.
Sin embargo, con los siglos este sistema de gobierno fue evolucionando. La Revolución Americana y la Revolución Francesa consagraron principios como la soberanía popular, la separación de poderes y la protección de los derechos individuales, que se convirtieron en pilares fundamentales de las democracias a partir del siglo XIX.
Las democracias modernas se caracterizan por la organización de elecciones libres y justas para garantizar la alternabilidad en el poder, el Estado de Derecho como protección a las arbitrariedades del poder, el pluralismo político que garantiza la participación ciudadana de manera organizada, la libertad de expresión y la libertad de prensa, así como la presencia de
una sociedad civil capaz de ejercer controles al poder a través de organizaciones no gubernamentales.
Por supuesto, en su devenir, la democracia no ha logrado superar los escollos que la debilitan y la colocan en una permanente situación de peligro. Problemas como la desigualdad económica y social erosionan la confianza en la democracia; el populismo y el nacionalismo se han constituido en una amenaza a la tolerancia y la protección de las
minorías; la desinformación dificulta a los ciudadanos tomar decisiones informadas; por último, la corrupción y el enriquecimiento ilícito quitan credibilidad al discurso de las élites gobernantes. Estas debilidades han sido aprovechadas por factores antidemocráticos para llegar al poder por las vías democráticas.
Por arte de magia, las odiadas “Democracias Burguesas”, se convirtieron en escenarios para la obtención del poder por vía electoral. Los tiempos de guerrillas y montoneras de todo tipo, quedaron atrás. La toma revolucionaria y violenta del poder político quedó para el anecdotario. El esquema impuesto por la Unión Soviética para el mundo dejó de ser el desiderátum y razón de ser de la izquierda transnacional. En este contexto, se observó un desplazamiento de la izquierda tradicional hacia la participación política en las democracias liberales.
Esta nueva estrategia de participación electoral dio resultados en algunos países. El agotamiento de los partidos democráticos, la desigualdad social, la corrupción, el empobrecimiento general sirvió de tierra fértil para los discursos populistas y redentores que prometían la tan ansiada “sociedad igualitaria y justa”. Poco a poco se fueron alcanzando victorias electorales debido al “voto castigo” para quienes representaban el tan criticado pasado. Sin embargo, la luna de miel duró poco. Como el alacrán, los proyectos socialistas impulsados por los antiguos pro-soviéticos, usaron su veneno contra el pueblo que los eligió. Era su naturaleza. En su versión más tradicional y ortodoxa, estos socialismos con piel de oveja basan la viabilidad del modelo en el control férreo del Estado, la economía, las instituciones, y, sobre todo, en el control político de la ciudadanía. Es un modelo autoritario por diseño.
Esto explica por qué en los países donde alcanzaron el triunfo, fueron derivando en gobiernos que se caracterizaron por limitar la libertad de expresión, usar de manera discrecional la represión, manipular las elecciones, concentrar el poder, perseguir a la sociedad civil organizada de manera independiente, reformar las constituciones para garantizar la perpetuidad en el poder, judicializar a los partidos políticos opositores y estrechar alianzas con sus homólogos autoritarios en el mundo para lograr el apoyo mutuo en organismos internacionales como la ONU, la OEA, el Foro de Sao Paolo, el ALBA, la
Internacional Socialista, entre otros.
Las múltiples experiencias en América Latina y el mundo muestran que no se trata de distorsiones o desviaciones “puntuales” o “coyunturales” que obedecerían más la personalidad del líder o a circunstancias particulares. Esto último ha sido utilizado como argumento sobre “lo metodológicamente impropio que es generalizar a otras situaciones”.
Las democracias autoritarias, inspiradas en el modelo soviético, distan mucho de ser democracias imperfectas o en desarrollo. En realidad, son regímenes dictatoriales que se disfrazan de democracias para ocultar su verdadera naturaleza. Estas dictaduras con hojas de parra democrática; implementan una serie de prácticas que las alejan diametralmente de
los principios básicos de la democracia: El caso del gobierno sandinista en Nicaragua y el chavista en Venezuela, son un buen ejemplo de lo que aquí comentamos. Son gobiernos que si bien surgieron por el voto popular con un discurso democrático y de justicia social, han terminado implantado un modelo más afín al de la Cuba dictatorial que al de las democracias más progresistas del mundo. Finalmente, es fundamental comprender que no se trata de desviaciones de un
modelo intrínsecamente bueno que se ha corrompido en el camino. Tarde o temprano mostrará su verdadera naturaleza. La experiencia debe servir para algo.